Compartimos cinco poemas del conjunto titulado "Habitó entre nosotros" (2002) del poeta José Watanabe, compuesto por 23 textos inspirados en el relato bíblico y que van dedicados a la memoria de su padre. Disfrútenlos.
Libro Poesía completa de José Watanabe. Editorial Pre-textos (2008)
LA NATIVIDAD
Esta es tu patria, hijo mío,
un establo donde tu madre
ya duerme
de regreso a nuestra especie:
hasta ahora
ella era un animal mítico: el vientre
avanzado
y habitado
por Ti, entonces voraz nonato,
que le consumías hasta los huesos.
Soy un hombre añoso, he visto
todo. Sin embargo.
me sobrecoge mirarte, mi recién nacido:
a pesar de las madres
todo niño está abandonado
sobre la vastedad de una tierra callada.
Tu madre,
muchacha todavía sorprendida
por Ti, no cantó
una canción de cuna. Mirándote
solo murmuró inacabablemente:
es espantoso esperar de Él
lo que esperan.
LA TENTACIÓN EN EL DESIERTO
Los pastores de cabras
que cruzan el desierto
siguiendo largos caminos invisibles
te miran compasivos.
Adivinan que en tu quietud, recostado en la roca,
mientras ninguna hora avanza,
desmoronas igual que el sol a las piedras
las palabras del mal.
Cuando regresen de sus valles de pastura
(en la aridez
sonará como agua la alegría
de los cencerros) ya no estarás. Solo hallarán
en la roca
la huella de tu espalda,
negra,
como si hubieras ardido.
EL CIEGO DE JERICÓ
Qué aturdimiento y qué maravilla:
cuántos rostros, cuántas mirada-, pero
¿quién es aquel que me ha curado?
La gente se separa prontamente de Ti
como eximiéndose
del terrible poder de curar.
Quedas Tú solo, decantado, pero natural.
pero ciudadano, pero no más.
Entonces hablas
y tus palabras tienen un aleteo dorado.
una resonancia
que el idioma rehúsa poner en otras bocas.
Señor, cuántos rostros, cuántas miradas;
que todas sean benévolas
y no se tuerzan cuando Tú te vayas.
RESURRECCIÓN DE LÁZARO
EI poder de su voz venía del convencimiento
de que él era Él,
y así llegó hasta tu sello de piedra
para ordenar que tus carnes entraran nuevamente
en el tiempo.
Y ahora limpia el atroz perfume de la muerte
en agua clara y fresca: lava tus largas vendas
en la corriente del río
como los pobres desaguan los interminables intestinos de ganado
que guisan y comen,
y luego enróllalas
y guárdalas.
Sé, pues, precavido
porque nadie sabe hasta cuándo durará el terrible
milagro.
Él dijo que te levantaras y no dijo más, ninguna promesa.
Tal vez solo tienes apurados días
para contemplar con tus ojos de carne rediviva
a tus hermanas comiendo pan y mollejas.
Debo decirte, Lázaro,
que aquí en Betania ya no tenemos noticias del Milagroso.
Sin profetas nos sentimos muy solos.
Cuando retornes a tu sepulcro
no volverás a escuchar
LAS LLAVES DEL REINO
No soy un endemoniado, Señor, mas
desespero
buscando un llano lugar donde vivir.
¿Es el cielo como el campo deleitoso
donde hacen el amor los campesinos,
heno, hierba, frutas doblando una rama
y el propio corazón como un bien
finalmente poseído?
Dicen que le diste a Pedro las llaves del Reino,
¿son rigores o fuegos o llantos infinitos las llaves?
De mi cinto solo penden llaves inútiles, espaditas
ridículas
que coinciden con una sola cerradura,
la de la puerta de siempre,
la del solo y triste y repetido entrar o salir.
Ya impaciente, Señor,
te pido que me señales, no el Reino
de la promesa
sino un sencillo cobertizo, un buen recaudo
donde pueda dormir
ovillado
alrededor de mis pobres pelotas.
JOSÉ WATANABE VARAS
(Laredo, 1945 - Lima, 2007)
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