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Humano, demasiado humano. Seis poemas sobre Vincent Van Gogh

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La noche estrellada. Vincent Van Gogh (1889). Museo de Arte Moderno de Nueva York (Estados Unidos)
La noche estrellada. Vincent Van Gogh (1889). Museo de Arte Moderno de Nueva York (Estados Unidos)

Por: Úrsula Alvarado


A propósito de la exposición Van Gogh VIVO realizada en Lima durante gran parte de 2024 y siendo Vincent uno de los artistas que más logró conmoverme en mis tiempos de formación, comparto esta suerte de homenaje configurada desde la poesía, a través de una breve, pero sentida selección poética compuesta por textos de escritores peruanos y extranjeros sobre la vida y obra de Vincent Van Gogh.


Como si se tratara de algún extraño sortilegio, los tres primeros poemas que integran esta muestra y que están inspirados en la mítica "Noche estrellada" del artista forman parte de los tres conjuntos que resultaron ganadores del XVIII Bienal Premio Copé de Poesía en la edición del año 2017, aunque tan solo el libro que obtuvo el 1° puesto está íntegramente dedicado a la obra de Vincent. Coincidentemente, tanto el poema de Marco Antonio Quijano, como el de Ernesto Zumarán y el de Alejandro Susti comparten además de la temática, el mismo título:


NOCHE ESTRELLADA

(VAN GOGH, 1889)


Desde la ventana enrejada del asilo, el cielo de la noche derrama su fuego sobre los tejados. Una estrella luminosa gira y se recoge en sí misma como una ola llegada desde el más remoto universo. Pequeña y fecunda la noche me entrega sus ciclos, el boceto de un mundo ya perdido bajo la hierba que crece furiosa por el valle. En ese silencio que tan solo conocen los grillos, descubro a mi madre diminuta tendiendo una sábana al viento y a su lado yo, cobijado y envuelto en la blanca tersura de su seno.


La noche estrellada me reclama como el vientre de mi madre, sumergido en una líquida caricia. A mi lado, un ciprés se yergue hacia el cielo y de él se desprende el alimento que será más tarde una semilla. El universo es un cuerpo tendido entre los brazos de mi madre y el latido de su seno, un pequeño pañuelo que reclaman los que vienen a nacer, se levantan y acaso contemplan la noche estrellada que derrama su simiente sobre el mundo y lo hace palabra, imagen.


ALEJANDRO SUSTI (Lima, 1959)

Del libro «Bajo la mancha azul del cielo» (Ediciones Copé, 2018)

Premio Copé de Bronce 2017


VII

(la noche estrellada)

―Van Gogh―

 

Él pintaba árboles cerca y lejos de sus sueños.

Árboles que soñaban alcanzar un día el cielo.

Decía: He soñado árboles tocando el cielo y sus estrellas.

Él creía en esos sueños. Veía espirales de sangre

Girar en su desierto.

El mar vacío lo creía loco. El sol marcaba distancia

De sus sienes de fuego.

Pero él creía en la danza de los árboles en el cielo infinito.

Decía: Yo he soñado un sueño, y entre la noche y el río

Mi alma reía.

Despierto en sus sueños todavía contempla

El vuelo espiral de sus ojos en las estrellas fugaces.

 

ERNESTO ZUMARÁN (Chiclayo, 1969)

Del libro «La noche y su sombra» (Ediciones Copé, 2018)

Premio Copé de Plata 2017

 

LA NOCHE ESTRELLADA

 

Tal vez aparente que estoy desorientado o

en franca discrepancia con estas horas irreconocibles

pero no he llegado hasta aquí como resultado de malos augurios o

por una cadena de errores cromáticos

ha sido más bien por el efecto de vientos sensoriales

que creo reconocer cuando estoy fuera de cuadro

los oleajes la fiebre las placas tectónicas interiores

me arrancan de mí

no me dejan tranquilo en mis dominios

hacen que me desprenda de la noche

con la inexplicable devastación que sucede a mi alrededor y

tú dices que a veces no tengo significado o

que soy un cadáver sonriente rodando bares perdidos

pero es el vértigo de una nueva luz que me deja

con el rostro impertinente

sobreviviendo aterrizajes forzosos

afincado en colores rancios

nada se detiene cuando de pronto apareces y

un telúrico aparato detona la acometida de tus demandas

exigiéndome decirte la conformación de mis sentidos

sobre universos amarillantes

tal vez no me creas o

me tomes por un desquiciado (muchas veces lo soy)

pero mis miradas habitan en los colores de tus instintos

luz de luna

en el fondo mismo de tu transparencia

es allí donde resurjo y

desde un punto cualquiera del agobio te observo y

nadie se da cuenta de este incesante vuelo

porque siempre estoy de pie en mi ventana

escapando hacia ti

vacilante en mis estancias que desde hace tiempo corroes

aunque eso no me perturba y

si me preguntas por el costo de vida o

por mi sublevada apariencia

no sabré qué contestarte

solo te puedo decir que

estoy muriendo mis otras muertes sobre cientos de lienzos

que no se detienen y

aún persigo tus distancias que no dejan de sangrar

 

«No es culpa mía

si no parezco de carne y hueso, si bajo mi sombrero

y mi pantalón gastado palpita un cielo puro

si todo el mundo dice que no amo a la gente

porque me pongo una corbata y observo el firmamento»

JORGE EDUARDO EIELSON

 

La obsesión es el aleteo de una bandada de cuervos

atravesando mi rostro y el ruido que dejan a su paso

libera la sórdida canción que refiere a media imagen

el cielo de mis claridades

patética banda sonora maniatada por aladas camisas de fuerza

mientras camino el filo de los campanarios

el hilo de los sucesos se atasca

el antes y el después a punto de caer

suspendidos en un vértice del espacio

amenaza suficiente para que se levante

el desconcierto que reposa en mi mesa

junto a platos hondos que se fragmentan

en mitad del estupor un color intenso

continúa dando vueltas al espejo (también fragmentado)

a las ventanas polveadas del tedio y

sucede que sin mediar palabras

me encuentro distorsionado

fuera de toda estructura

como un paciente luego de pasar electroshock

agitando ofuscación a un lado de la noche

esquinando frío

mirándote luz de luna

mirando hasta dónde llega tu misterio

pero te mueves siguiendo líneas divergentes intentando definirme o

tal vez encontrar mi principio en una pila de hojas secas

en la erosión de mi constancia y

no me voy por las ramas o

por la elipse que traza la penumbra a un costado de las cañerías

me quedo pendular en este piso donde pretendo describir

las facciones de la muerte y

tender mis camisas sobre los signos de la ausencia

Y ya lo ves luz de luna

no es sencillo andar de incógnito en películas mudas

cuando la tenacidad de los colores te busca en cada puerta

siempre hay un erecto dedo índice que te delata y

no queda otra que emerger de los grises y

quedarme agazapado bajo la noche o

detrás de lienzos vacilantes y te veo entrar a mi soledad

luz de luna

a esta soledad espejada en los márgenes de una voz ebria

que te conduce hasta un pasadizo sin salida

donde separas mis palabras cuneiformes

de las obsesiones que cargas en tu memoria

te explicas en oleajes y es habitual que nunca vengas

pero siempre regresas dispuesta a conocer mis desvelos o

mis sucias manos que apenas te sueñan

sujetándote innoble a mis presagios

a mi vuelo incipiente

a los desechos tóxicos que iluminas sobre estas anchas avenidas

¿habrá algún sueño de telas y postes de alumbrado

donde no se enreden mis pensamientos con los colores insomnes de la angustia?

continúas inalterable averiguando habitaciones me persigues

y cuando a veces te ocultas

tenues líneas de asombro revelan tus eclipses

el barro que caminas

los disparos al aire

te marchas unos momentos de tu cuerpo

de tu luz que no sabe definir mi rostro

sin saber con exactitud hacia dónde gira el planeta

lo único que sabes es que a esta hora los girasoles azulan amarillos y

que soy la parte enardecida de tu silencio

esperas entre la niebla y

miras temerosa cómo tu órbita detiene mi fluctuación

este roído mecanismo de defensa

que deja una estela de vómitos purpúreos

te marchas suavemente y desenredas tu recuerdo en torpes pinceladas

junto a este deseo inmundo de perpetuarme en amarillos

la distancia es el apolillado retrato de la soledad

colgado en la sombra de mi puerta y

solo me queda estirar la mano y acariciarte

como a una estrella remota o una flor moribunda y

mientras espero a que me digas algo o llegues a la hondura de mi encierro

acomodo los muebles los rincones mis puntos de partida

luz de luna

para que todos crean que sigo teniendo las mismas manías

pero tú no eres la misma en días de congestión visual

eres el impulso nocturno que me degrada

el humo desvergonzado de las fábricas

la devoción al plástico de cada día

anuncio de la hermosa destrucción que dejas a tu paso

ahora que te despides de las azoteas

de los puntos más altos de tus viajes

abrazas mi situación de sombra pasajera y

no hay una dirección precisa para encontrarte o

mandarte postales o

dilucidar tu historia en los trozos de tiempo que irrumpen de tu roquerío

¿entenderás en tu delirio mi extraña conformación de colores violentos?

no puedo sino recorrer en cada lienzo el vacío que dejan tus pasos.

 

MARCO ANTONIO QUIJANO (Lima, 1970)

Del libro «Colección privada o los colores ocultos de la turbación» (Ediciones Copé, 2018)

Premio Copé de Oro 2017

 

Quijano, Zumarán y Susti no fueron los primeros poetas peruanos en ceder ante la atracción del misterio que envuelve al artista de Arles, anteriormente tanto el poeta chimbotano Juan Ojeda como la poeta Blanca Varela escribieron textos que aluden al dolor que atormentó la vida de Vincent. Mientras que el poema de Ojeda alude a la desesperación ante la muerte, el de Varela intenta recrear el momento de locura previa a la cercenación de su oreja en Auvers-sur-Oise y muy probablemente otros poemas de la autora hacen también escuetas menciones al artista.


VAN GOGH EN ARLES


und er schliesst das Weltall ein:

Diese ganze Welt voll Hobeit

Und Verzweiflung, voll von Gräbern

HUGO VON HOFMANNSTALF

 

¿Qué oculta la cansada estación, entre ramas resecas,

o el polvoriento brillo del aire? No el trabajo ceñido

por la premura, ni los oscuros cuidados nos consolarían.

La fuente es agostada, la seca hierba gime

Y el lamento escuchado con obstinación ahora nos aterra.


Fuego yermo es la sedienta rigidez del mundo.


¿Quién anudaría ese sueño o ardor que roe el espíritu?

El que ha perdido la razón en los desiertos de la Realidad

Persigue el vuelo de las aves como único camino.

Un rumor más triste que la vana sagacidad del hombre

Podría desmembrar esa sombra lancinante del muro,

Lenguas de niebla bajo inútiles palabras

Rendidas o muertas, vivas en su propia descomposición.


Aquí en las ribas estancadas

Hasta la belleza es hastío.


Pardas sombras reptantes

Ahuecan la memoria

Y el júbilo secreto de la muerte

Se enrosca sobre la vida estéril.


Este caminar a nada por orillas deshechas, guijarros

Limpios como la quieta ola que los cubre, ni viva ni muerta.

El mar de oro, sin embargo, resuena con su música vacía

Y es difícil percibir si estamos despiertos o dormidos,

Otras olas inmóviles rasgan el impalpable rostro

Que nos redime, venciéndonos, en inertes ojos

Sobrevivientes de nosotros mismos.


Al descender a las ribas, oyes

La pudrición de la Realidad.


Sorda superficie criba el vivir ya confuso,

Y sin nadie que aquí frecuentara, o contemplar

Como pueda llamarse, no poder nombrar nada

Es dentro del mundo como estallido muerto

Gobernar el silencio que relumbra y reposa, música seca

Después irse como se van todos.

¿Qué escucharías

En tu alma, ese universo atascado? No poder nombrar

Fuego de piedra, tiempo o palabra yerma.


Sólida bruma habitar, niebla horada y arde

Desflecada por el ruido de nutrir en pétreo exilio

Ebrio polvo del objeto y sabio hedor de muerto.

Este ir a nada y quién soporta así el mirar o ruina

Ojos quiébranse ahítos en vacío de cepo.


Nuestro indagar ha concluido

Y esta es la sabiduría: nada hay

Que explorar fuera de la fábula. Estos son los dominios

Del mundo que permanece incognoscible,

Y seguiremos penetrando lo impenetrable como una corona

De sueño. No existe nada

Que explorar en este mundo

Donde el tordo emigró dejando

Un herido reflejo sobre la fuente árida.


Tal vez el silencio nos permitiría

Recogernos en lo oscuro, en lo carente de vida

Y a cada manotazo del espíritu

Atrevernos a sepultar las sabias palabras.


Sólo el que nada ha contemplado

Puede acceder a lo real

Develar este incesante asombro

Que celebra, conmovido el íntimo espacio

Que madura en los ojos.


En el no saber está el saber

En la no vida está la verdad

En el no mundo está el mundo

Y este es el sentido de nuestro explorar:

Existir en un ardor confuso.

 

JUAN OJEDA (Chimbote, 1944 - 1974)

Del libro «El arte de navegar» (Runacay Ediciones, 1986)


AUVERS-SUR-OISE


Nadie te va a abrir la puerta. Sigue golpeando.

Insiste.

Al otro lado se oye música. No. Es la campanilla del

teléfono.

Te equivocas.

Es un ruido de máquinas, un jadeo eléctrico, chirridos,

latigazos.

No. Es música.

No. Alguien llora muy despacio.

No. Es un alarido agudo, una enorme, altísima lengua que

lame el cielo pálido y vacío.

No. Es un incendio.


Todas las riquezas, todas las miserias, todos los hombres,

todas las cosas desaparecen en esa melodía ardiente.

Tú estás solo, al otro lado.

No te quieren dejar entrar.

Busca, rebusca, trepa, chilla. Es inútil.

Sé el gusanito transparente, enroscado, insignificante.

Con tus ojillos mortales dale la vuelta a la manzana, mide

con tu vientre turbio y caliente su inexpugnable

redondez.

Tú, gusanito, gusaboca, gusaoído, dueño de la muerte y

de la vida.

No puedes entrar.

Dicen.


BLANCA VARELA (Lima, 1926-2009)

Del libro «Valses y otras falsas confesiones» (INC, 1972)


Autorretrato. Vincent Van Gogh (1887–1888) Museo Van Gogh.
Autorretrato. Vincent Van Gogh (1887–1888) Museo Van Gogh.

En nuestra tradición poética peruana, varios son los autores que han tenido presente a Vincent Van Gogh en sus creaciones. La escritora Victoria Guerrero usa una cita del diario del pintor como epígrafe para uno de los poemas que forman parte de su libro Cisnes estrangulados (1996), mientras que tanto Miguel Ildefonso como Rosina Valcárcel lo mencionan en poemas de sus libros "Himnos" (2008) y "Paseo de sonámbula (2001) respectivamente. En el plano internacional, escritoras como la canadiense Anne Carson o la uruguaya Circe Maia, tampoco fueron indiferentes al neerlandés. En sus diarios, la poeta Alejandra Pizarnik menciona a Vincent en diversas oportunidades. En una de las entradas de junio de 1955 leemos:


«El rostro de Van Gogh. Humano demasiado humano. Su cabeza rapada para desafiar a los pájaros. Su mentón encerrado en la atmósfera de los amarillos. Y la nariz recaudando borrascas. Y los labios absorbiendo pinceladas. Y la frente mirando el haz que camina tentador luminoso. Y los ojos. ¡Los ojos! Como las negras piedras que se arroja contra los solitarios».


Diez años más tarde, Alejandra publica un estudio sobre el poeta Antonin Artaud que relaciona magistralmente con la poética de Vincent, sin embargo, sabemos por las menciones en su diario que la luz atormentada de Van Gogh la perseguía. Algunos años más tarde escribe sobre el artista: «me angustia porque me identifico con él». Así como a Alejandra, la dolorosa identificación con Vincent atraviesa de principio a fin los versos de este último poema que compartimos, escrito por la norteamericana Anne Sexton. Aquí la voz poética parece compartir su misma aflicción y desconsuelo.


THE STARRY NIGHT


Eso no me libra de sentir una terrible necesidad de -tengo que usar esa palabra- religión.

Entonces salgo de noche a pintar las estrellas.

VINCENT VAN GOGH

 

El pueblo no existe

salvo allí donde un árbol de cabellos negros

se desliza como una mujer ahogada hacia el cielo caliente.

El pueblo está en silencio. La noche hierve en once estrellas.

¡Oh noche, noche estrellada! Es así

como quiero morir.


Se mueven. Todo está vivo,

incluso la textura de la luna, de hierros naranja,

que atrae a los niños, como un dios, desde su ojo.

La antigua serpiente invisible se traga las estrellas.

¡Oh noche, noche estrellada! es así

como quiero morir:


dentro de esa imparable bestia de la noche.

Absorbida por el gran dragón,

para desprenderme de mi vida, sin banderas,

sin vientre,

sin llanto.


ANNE SEXTON (EEUU, 1928-1974)

Del libro «The complete poems of Anne Sexton» (Houghton Mifflin, 1981)

Traducción de Isaías Garde

 

El genio de Vincent Van Gogh ha cautivado a innumerables artistas en todo el mundo, motivando la creación en todas las manifestaciones artísticas posibles, el cine, la poesía, la escultura, entre otras. En Perú, gracias al pintor Juan Francisco Izquierdo, podemos imaginarnos a Vincent disfrutando de uno de nuestros bares más emblemáticos, actualmente desaparecido, el Chino-Chino. Espero que hayan disfrutado de este breve homenaje. ¡Hasta la próxima!


Vincent Van Gogh en el Chino-chino. Oleo de Pancho Izquierdo, ca 1985. Fotografía de Herman Schwarz.
Vincent Van Gogh en el Chino-chino. Oleo de Pancho Izquierdo, ca 1985. Fotografía de Herman Schwarz.

Bibliografía consultada:

  • CARSON, Anne. Charlas breves. Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015

  • GUERRERO, Victoria. Cisnes estrangulados. Cuernoenpanza, Lima, 1996

  • ILDEFONSO, Miguel. Himnos. Apolo Land, Lima, 2008

  • MAIA, Circe. De lo visible. Asociación de Impresores del Uruguay, Montevideo, 1998

  • OJEDA, Juan. El arte de navegar. Runacay Ediciones. Lima, 1986

  • PIZARNIK, Alejandra. DIARIOS (nueva edición de Ana Becciu). Lumen, 2022

  • QUIJANO, Marco. Colección privada o los colores ocultos de la turbación. Ediciones Copé. Lima, 2018

  • RODRÍGUEZ VÁSQUEZ, Víctor. ESTUDIO COMPARATIVO DE LAS OBRAS INICIALES DE JOSÉ WATANABE Y JUAN OJEDA A TRAVÉS DE LA ÉCFRASIS. METÁFORA REVISTA DE LITERATURA Y ANÁLISIS DEL DISCURSO, 2023. https://doi.org/10.36286/mrlad.v3i6.149

  • SUSTI, Alejandro, Bajo la mancha azul del cielo. Ediciones Copé. Lima, 2018

  • VARELA, Blanca. Poesía reunida 1949-2000. Editorial SUR Librería Anticuaria, Lima, 2016

  • ZUMARÁN, Ernesto. La noche y su sombra. Ediciones Copé, Lima, 2018

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