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Memoria del despojo. Sobre "Mirada del búho" de Carlos Reyes Ramírez

Una reseña del libro "Mirada del búho" (1987)[1] por Miguel Donayre Pinedo[2]



Olvídate, olvídate para siempre

río tatuado por los barcos metálicos

que anclaron hace un siglo sus colas de mono

acorralado

Carlos Reyes Ramírez



La historiadora Carmen McEvoy, en el libro «La república agrietada. Ensayos para enfrentar la peste», señalaba que «los peruanos se caracterizan por una falta de memoria histórica; no debería sorprendernos esta desorientación cognitiva». Lo que hay que rescatar de las palabras de McEvoy es señalar esa carencia ciudadana de la memoria histórica, en el caso de la Amazonía, donde se vive del descepe de los recursos naturales a costa de vidas humanas, la volatilidad de esta memoria se agudiza. El sistema extractivista nos direcciona a pensar en el hoy. Pero hay excepciones que caminan en la dirección contraria en este inmenso patio de aguas, una de esas excepciones es la poética de Carlos Reyes Ramírez.


Recuerdo al poeta Carlos Reyes Ramírez[3] en dos ciudades de la Amazonía. En Nauta a orillas del río Marañón, y en Requena que es mojada por las aguas café oscuro del río Tapiche. Esos encuentros se dieron cuando viajaba por la zona de la Reserva Nacional Pacaya Samiria, una de las más grandes de Perú y el lugar donde estaría ubicada la Tierra sin Mal, según algunos cronistas –como dato de contexto recordar que la Amazonía es una región boom que crece y agoniza a base de picos y bajadas de los ciclos económicos de la explotación de los recursos naturales.


El encargado del proyecto donde trabajaba decía que esta área protegida era más grande que Dinamarca, uno de los países que financiaba los proyectos con el pueblo indígena kukama kukarimia de las dos cuencas: del Marañón y del Ucayali. En préstamo a los conceptos de Jorge Gasché, era la población bosquesina como contraparte, de acuerdo a la jerga desarrollista. Dentro de la reserva natural y alrededores se graficaba los intereses de los distintos pelajes del ecologismo, del Estado y de la ciudadanía a pie de los montes.


En esos encuentros con el poeta Reyes Ramírez, cuya formación es de biólogo, comentábamos su trabajo. Él andaba en sus proyectos de pesca con la administración estatal que no siempre daban alegrías. Y, cómo no, eran momentos para parlotear de las lecturas en la que estábamos metidos o me hacía leer algunos poemas en el que estaba trabajando. El sudor literario, ante todo, era un axioma de su trabajo. En los paquebotes en los que viajábamos largas horas, nos daba sobrado tiempo para las lecturas.


El premio de poesía que ganó con «Mirada del búho» en 1986, sonó como el disparo estruendoso de un arcabuz en medio del ciego centralismo de Perú. Los dejó aturullados, groguis. Me parece que todavía no se reponen del susto por su resonancia, a pesar de haber pasado el tiempo. Como decía Stefan Zweig en «Encuentros con libros» sobre Joyce cuando publicó el «Ulises», fue una piedra lunar caída en la literatura, así fue el poemario de Reyes.


No se había escuchado en años una voz tan elocuente en cincelados y herméticos versos. Desde el primer poema él abre una deriva desde los márgenes cuando se pregunta: “Que me detiene aislado en esta tierra abandonada”. Es una pena que en el acta del jurado publicado en la edición del poemario no se señale las razones por la cual concedieron el premio, hubiera sido muy jugoso leerlo y, además, en aras de la transparencia, como no, poética.


El poemario está divido en tres secciones: Ventana al laberinto, Mirada del búho y Eclipse del amor. El título del poemario nos ilustra mucho. El búho es un ave de la familia Strigidae, del orden de los estrigiformes, es decir, son aves rapaces. Lamentablemente, el Diccionario de la Lengua Española (DEL) describe solo a una especie de búho, se quedaron cortos los académicos, porque existen alrededor de 200 especies de esta ave. Además, en el significado académico está la de persona huraña y solitaria.


Es un ave de la espesura tropical. En el caso amazónico se le conoce como mochuelo amazónico, Glaucidium hardyi. Lo de mochuelo es una palabra recomendada por la Sociedad Española de Ornitología. Los integrantes de pueblos indígenas le asignan diferentes significados. En la Amazonía el urcututu, Otus choliba, como se designa al búho, significa también un ave agorera. Casi todos refieren que es un ave sabia, como guardiana de los bosques porque tiene gran sabiduría e intuición, que también la intuición es una forma de conocimiento como nos dice Martha Nussbaum en «Paisajes del pensamiento».


La mirada que nos propone Reyes está llena de esos contenidos del ave sabia que observa con sus enormes ojos y sin pestañear desde la profundidad del bosque. En este sentido, el nombre del poemario es un buen comienzo para adentrarnos en la lectura, nos quiere decir, que sería la mirada atenta y justa de un sabio bosquesino. No en vano el pseudónimo utilizado para el concurso sea El fisga, que quiere decir el que husmea indagando nos dice el DLE, en cambio, en castellano amazónico es el escudriñador de pescado.


La primera parte Ventana al laberinto consta de siete poemas. La Amazonía es un espacio vital donde se convive con muchos tiempos, eso lo percibe Reyes con agudeza. Él es un conocedor de esos meandros geográficos y del tiempo que acechan esta inmensa charca. Este prólogo del poemario es una vorágine de tiempos y espacios. Desde este caleidoscopio el búho observa y emite juicios.


Uno de los significados de laberinto dice que es un lugar artificioso hecho a posta, para confundir a quien entre en él, para que no pueda acertar con la salida. Pero más que laberinto en Reyes es una carta de navegación en forma de meandro y tiene salida. Es una preciosa licencia poética visual que nos muestra el poeta. No es para confundir, él conoce muy bien como son los espacios y lugares de la floresta. Mientras que Calvo nos mostraba las formas helicoidales en su narrativa, Reyes nos señala otra variante, la de los meandros, típicos accidentes de la topografía de la región de las Omaguas o de las Ardenas, Valonia, en Bélgica.


Desde el abandono existencial el poeta se hace preguntas, aunque se contesta con inseguridad. Recordemos, el mundo es ambiguo. Se habla de un lienzo del siglo XVIII, pero solo el siglo referencial (Eiffel es un personaje del siglo XIX, por ejemplo) porque el poeta le llena de contenido al lienzo de palabras como el mausoleo de judíos y lluvioso. ¿De qué tiempo está hablando? ¿Es un racconto postmoderno? Se advierte muchos espacios en conjunción con los tiempos.


En el poema Crónica de una invasión está una de las claves del poemario, es el testimonio de un despojo, de una privación de lo que fue un bien perdido —me recuerda a la «Memoria del bien perdido» de Max Hernández. Sabemos que despojar es privar a alguien de lo que goza y tiene, desposeerlo de ello con violencia, nos dice el DLE. Ese momento o momentos del despojo Reyes lo recoge con tanta lucidez, cuyas briznas inunda todo el libro. El despojo en la Amazonía viene desde muy lejos hasta el presente. No se puede entender la historia de la floresta sin el despojo. No se pueden cerrar los ojos. Así nos señala: “Hasta arañar las tierras que de reojo ansiaban” o “fueron expulsados a las tierras más secas”, ir a tierras más secas cuando se depende de ella es una ignominia para quien conoce la tierra en este pantano de expectativas.


No es un testimonio desde una ciudad amazónica, de cierto confort, me refiero al confort con escalas del barrizal. Aquí es un testimonio desde las entrañas de la selva, no es sólo figurativo. De acuerdo como marca la ruta el poemario el despojo no es solo un despojo de territorios, de recursos naturales, la naturaleza también destruye las expectativas de la gente como la furia del río. También es un despojo de la memoria; por eso él se empeña en recordar momentos históricos de las personas que viven en la floresta como el caso del Yaquerana o del Yarapa. Sin memoria no hay presente ni futuro.


Él propone una antropología del despojo. Desgraciadamente, los antropólogos estaban a por uvas en la floresta y no han leído con detenimiento a Reyes. Pone en negro sobre blanco lo que pasó con los anónimos pobladores (que son ciudadanos de nombre, pero con ejercicio muy limitado) que viven en los márgenes y honduras del palustre que muchos piensan que son parte del atrezo, son figurantes.


El poeta examina el despojo con celo, con cuidado porque es una herida en la vida social de la selva. Sin embargo, no se queda impotente ante el atropello, él habla, canta. Lo canta desde estos márgenes, de los márgenes de la selva, desde donde viven supuestamente los hundidos, pero que respiran dentro del agua. Los que siguen persistiendo a pesar de las cortapisas. A ratos, por los espacios fronterizos, me recordaba la novela de J. M. Coetzee «Esperando a los bárbaros».


Digo, supuestamente, de la zona donde viven los hundidos, los saqueados o tumbados del sistema porque desde esas honduras del monte donde moran esos bárbaros, parece una paradoja, brota una poesía humana y vigorosa, diferente a la que se hace en el centro llena de imitación y pose. Es por eso que su voz suena distinta, sana, silvestre, en relación a la poesía que se hace allende a la floresta.


Me parece que es una de las claves de la poesía de Carlos Reyes Ramírez, el despojo. Cuando se lee «Mirada del búho» siente que es un testimonio de un abuso, de un rebelde ejercicio de memoria para no olvidar de los que nadie se percata que están allí. Para los fines de la expiación es necesario ser conscientes del despojo sino la palabra no sana. ¿Cómo un poemario de gran resonancia puede ser excluido de la discusión pública, de la palestra pluvial?


La sección Mirada del búho consta de cinco poemas. Esta parte del poemario es la mirada escrutadora del búho, aquí se siente que la voz poética suena más intensa. Es un verdadero canto desde los márgenes. Nos abre con dos testamentos. ¿Son testamentos que han sido legados en vida? ¿Está disponiendo de los austeros bienes que tiene? ¿Qué nos quiere legar? Uno de esos legados viene de la voz en Alabanza a Sinacay, es una voz que viene con fuerza de la sima de los montes de donde nos está observando. Como ya dejamos caer, Reyes describe con detalle los bordes: “para el final de un siglo de pestes y hambrunas”.


Reyes, como buceador de márgenes, ha vivido en él, lo conoce y delinea descarnadamente como en Alabanza a Sinacay que es una y muchas voces a la vez que se funden. Es la voz de los despellejados del bosque: “tu pueblo/ destruido por las aguas ha caído en pedazos”. Aquí se lucha contra la saña humana y también con la furia del río. Cuando leo los poemas, las palabras suenan como un martillo constante, inagotable, en sus versos no hay grietas.


En la floresta hay muchos centros, Reyes lo sabe. Por eso va del Yarapa a Yaquerana, salta la Europa de la Segunda Guerra Mundial. Rompe con furia el solipsismo tan tropical y ciego. Hay un afán de poner una señal a aquellos que, sabe y sabemos, que nunca van a parecer en los libros de historia ni en el universo de muchos. Aquellos invisibles y hundidos: “así presencié la derrota sobre una negra barbacoa/ que se extiende hasta el final del barranco”. Nos canta la vida de ellos: “sobrevivientes de las hileras de un río cuajado/ por la sangre y las balsas pescadoras, / que retornan desde la milésima rendija/ del planeta”.


Desde estos márgenes el poeta tiene su Aleph, transita y fusiona poéticamente la historia colectiva y la individual, de la microhistoria a la historia grande: “mientras al otro lado del mar la guerra II/ fenece a tiempo”.


En esos cruces de caminos está la historia de Donde se habla de una expedición al Yaquerana, el asedio y otras andanzas hecho violento que ocurrió en la floresta y que apenas se menciona en la historia oficial, se cuenta en cuatro momentos: Para comenzar la espera, El viaje, La matanza y Canción perdida. Hay una apelación a la memoria para que no se pierda. Los bosques tropicales están marcados por el despojo, el saqueo, del querer obliterar la memoria: “por la memoria que aprende en el olvido”. Él se revela contando la historia de Yaquerana, como recordaran el gobierno peruano bombardeó comunidades indígenas desde el aire con napalm.


Reyes es un experimentado marinero fluvial, conocedor de los meandros del tiempo en la floresta, que es pasado que está presente. El tiempo no se cierra, vuelve como los recodos.

Esta parte final del poemario Eclipse del amor consta de seis poemas. Como hemos dicho, la poesía de Reyes está impregnada de historia, de una historia subalterna, colectivo de los despojados desde ese eterno río de balsas: “Ah! Mil novecientos, todo posible, /imposibilitado/ de hablar por la boca más cruel/ del tiempo/ y hacerte comprender para siempre/ las típicas palabras de una noche falaz”. Canta cómo se vive en los márgenes, lejos de los libros: “En esos márgenes donde las bibliotecas están ausentes, casi ni existen. Y a las penosas bibliotecas donde se/ esconde mi rostro”.


Al mismo tiempo, él también registra la memoria del agua, recurso clave en ese río que fue mar. Hay una alusión al río, a la violencia de estos. No se canta al río con loas de majestades infinitas, reconoce la furia fluvial: “Los ríos pasan rasgando las puertas débiles. O: me persuadieron a seguir este río, esta/ furia que carcome las tierras y los críos”. Es un territorio donde se lucha contra todo: contra la historia con mayúsculas, contra el olvido. Desesperanzado: “y veo tu rostro envejecido, calcinado de abrazos, / mientras las fieras palidecen al compás de tu nombre”.


La poesía de Reyes Ramírez encaja dentro de los cánones propuestos en este breviario[4] y nos da las claves para una escritura de la floresta. Hay una apelación constante a la memoria. A la memoria de los despojados, de los tumbados del sistema extractivo. Esa apelación a la memoria crítica se revitaliza como en el caso del Yaquerana o en Alabanza a Sinacay que lo entona con una canción de furia desde esas orillas. En esa apelación a la memoria está indesligablemente unida a una defensa del bosque, a sus recursos naturales. Mientras de Thiong´o alentaba a desplazar los márgenes, Reyes ha dejado herido al centro con su descarnado canto. Su poesía está enraizada en la hondura de la maraña.




[1] Esta reflexión tiene como referencia el ensayo «Quebradura. Breviario de viajes», Editorial Tierra Nueva, 2021. Aquí se han adicionado algunas reflexiones más.


[2] Miguel Donayre Pinedo (Iquitos, 1962). Vive en Madrid desde hace más de veinte años, es su purma (barbecho) creativo. Tiene el blog Notas de navegación https://notasdenavegacion.wordpress.com/ Mantiene el muro en FB «La ruta literaria de Estanque de ranas» en la cual se entrelazan publicaciones sobre la memoria histórica, literatura y ecología referente a la Amazonía. Ha publicado el libro de cuentos «Ocaso de los delfines» (2001). Durante su estancia fuera de la floresta ha escrito las novelas «Estanque de ranas» (2006, 2007), «Archipiélago de sierpes» (2009) y «El búho de Queen Gardens Street» (2011), en las que se relata el drama cauchero desde diferentes puntos de vista. En 2012 las novelas publicadas se presentaron bajo la trilogía «El insomnio del perezoso». Ese mismo año vio la luz la novela «Fulgor de luciérnagas» sobre una muerte violenta ocurrida en el parque natural Pacaya-Samiria, en Perú. En 2014 publicó la novela «Turbación de manatíes» sobre la violencia política en la selva norte de Perú. Ha escrito el ensayo «Quebradura. Breviario de viajes» (2021), proponiendo cánones para leer la Amazonía; se entremezcla la experiencia lectora con los viajes. Trabaja en la novela tornaviaje de un sefardita amazónico.


[3] Carlos Reyes Ramírez (Requena, 1962). Poeta, biólogo y gestor cultural. Realizó estudios de pregrado en Biología y postgrado en acuicultura en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP). Desde la década del ochenta forma parte, junto a Ana Varela y Percy Vílchez del Grupo Cultural Urcututu. Entre 2007 y 2009 dirigió el Instituto Nacional de Cultura de Iquitos. En 1986 obtuvo el premio Copé de Oro con el poemario Mirada del búho. Ha publicado los libros de poesía En el mejor de los mundos (2001), Retorno al parque de los pescados (2003), Animal de lenguaje (2011), Las provincias secretas. Antología poética 1987/ 2011 (2017), Ukamara (2022)


[4] Nos referimos a «Quebradura. Breviario de viajes» (2021). Editorial Tierra Nueva. En este texto se construyen tres cánones claves para aproximarnos a la escritura en la floresta: 1) la memoria histórica, con referencia al Putumayo; 2) la ecología y 3) una escritura de márgenes. La obra de Reyes Ramírez calza como anillo al dedo con estos cánones.




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