Habitar el desencanto: el conjuro doméstico de Gloria Portugal*
- Poesía en la Ciudad
- 24 jun
- 4 Min. de lectura

*Texto leído en la presentación del libro "Tarde llegaron las hadas"
realizado el pasado 19 de junio en la Librería Blanca Varela.
Por: Úrsula Alvarado
Hay libros que se abren como puertas. Libros que no solo se leen, sino que se habitan, se respiran, se escuchan hablar en voz baja desde el rincón donde los dejamos la última vez. Tarde llegaron las hadas, el más reciente poemario de Gloria Portugal, publicado con tanto acierto por Buenos Aires Poetry, pertenece a esa estirpe secreta. Es un libro que susurra como casa, como diario, como retablo de infancia y de fiebre, y que confirma — con una naturalidad feroz— que la ternura puede ser un arma con mucho filo y la memoria un paisaje habitado por fantasmas domésticos.
Quien haya seguido la trayectoria poética de Portugal encontrará en este libro una madurez estilística que no niega sus obsesiones iniciales, sino que las reelabora con una honestidad descarnada. Tarde llegaron las hadas parece dialogar de forma sutil, pero persistente, con la ópera prima de la autora, Insanías. Allí ya aparecían los temas que hoy resplandecen con mayor claridad: el desencanto amoroso, la soledad infantil, la violencia estructural que habita el hogar, la pregunta por el sentido de la escritura.
Poemas como Fairy tale, Girasol, Gerundios en una combi y Soledad, de su 1° libro, se me presentan hoy como tímidas semillas que el tiempo ha germinado, logrando como frutos poemas como Nunca necesité un vestido, En la berma crecen girasoles, Me la encontré en un bus y De todas las que invoqué, respectivamente. Desde mi lectura, resulta pues inevitable advertir esta conexión existente entre ambos libros; pero no se me malentienda: lejos de repetirse, lo que hay aquí es una valiente apuesta por la libertad de contarse y explayarse con toda honestidad desde el poema. Si en Insanías estos temas aparecían aún teñidos de pudor o ironía contenida, en Tarde llegaron las hadas se abordan sin disfraces, desde una voz poética que ha logrado afirmarse en su vulnerabilidad.
En esta madurez, encuentro además una clara persistencia por un lenguaje engañosamente sencillo. La autora rehúye el artificio hermético o grandilocuente y apuesta por la palabra precisa e imágenes casi infantiles que estallan al contacto con la experiencia adulta. El efecto es devastador no por lo que se dice, sino por cómo se dice: como si la niña que narra supiera mucho más de lo que aparenta. Ese es uno de los logros más notables del libro: su capacidad para convertir lo doméstico en umbral, lo infantil en trinchera, lo sencillo en abismo.
Así como el lenguaje que usa, la autora ha sabido construir una poética profundamente enraizada en los espacios cotidianos. Sus poemas transcurren en la cocina, frente al espejo, en el jardín, en la berma, en la feria o el mercado. No hay escenarios exóticos ni experiencias extremas. Lo extraordinario se filtra —con sigilo y delicadeza— en lo habitual. Y es desde ahí, desde ese territorio que parece inofensivo, que se instala la conmoción. En este sentido, podría leerse su propuesta a la luz de la fenomenología del espacio de Gastón Bachelard, quien sostenía que “la casa es nuestro rincón del mundo, nuestro primer universo”.
Otro rasgo característico de la propuesta estética de Portugal, imposible de obviar, es el fino dominio de la ironía. Si en libros anteriores la voz poética fluctuaba entre la introspección descarnada y el humor acerado, aquí se asienta en un tono melancólicamente lúdico. Una voz que ya no necesita gritar, pero que no deja de doler. La niña que jugaba con la oscuridad ha crecido y afilado su tono confesional para transitar en un perfecto equilibrio entre el sarcasmo y la ternura, desde allí poetiza sobre aquello que desde hace mucho ha querido decir. El humor es una máscara, sí, pero también una forma de resistencia: frente al trauma, al deber filial o al hastío cotidiano. “Ǫuerida Virginia”, dice uno de los textos más conmovedores, “tal vez nunca escriba un poema épico, una novela, un libro de cuentos. Lo cierto es que mientras restriego ollas y sartenes, al fin sola, me siento libre”.
Aunque la poesía de Gloria Portugal no milita abiertamente en una línea feminista, el gesto crítico está presente en casi todo el libro: la mujer como cuidadora, como destinataria de expectativas románticas, como cuerpo marcado por el abandono o el abuso, o como ama de casa que al fin encuentra “una habitación propia” fregando ollas. Hay una conciencia persistente del malestar, de la enajenación de las mujeres en lo cotidiano, que dialoga con una tradición de escritoras que también cuestionaron los roles de género, como Anne Sexton y Carol Ann Duffy, quienes criticaron desde la poesía una fantasía que, queramos o no, nos embauca. Como ellas, Portugal se ha apropiado del universo simbólico de la infancia —con sus hadas, brujas, bestias y promesas rotas— para hablar de aquello que parece inofensivo y que, sin embargo, nos marca. Y ha comprendido que el poema puede ser herida y hechizo, conjuro y liberación.
Tarde llegaron las hadas no es un libro para quienes creen aún en mágicos desenlaces. Sus poemas no hablan de cuentos con moraleja o finales felices. Sus hadas no conceden deseos, no rescatan princesas ni corrigen errores y, sin embargo, no es un libro de ira, sino de claridad, de duelos atravesados sin épica, de objetos mínimos: un tomate, una radio, una llamada telefónica. La poesía no redime, pero sostiene. Y si las hadas llegan tarde, si llegan rotas o no llegan, está el poema. El poema, al fin, como única magia posible.

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Gloria Portugal Pinedo (Trujillo, Perú, 1976) es una poeta y narradora peruana. Ha publicado los poemarios Insanías (2010), ganador del II Concurso Nacional de Poesía de Mujeres Scriptura; Estrellas en el cielorraso (2016); Canción del manicomio (2021); y El libro de los lugares lejanos (2022). En narrativa: Cuatrojos (2017), primer premio en la VI Bienal de Cuento Infantil ICPNA; y A lo mejor soy otro (2025).
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