* Texto leído en la presentación del libro "Cantos a la luna" realizado
el 2 de agosto de 2022 en la Fería Internacional del Libro.
Desde tiempos inmemoriales, un gran disco suspendido en la negrura de la noche encandiló a la humanidad con su gran tamaño y belleza. Al igual que el sol, la luna fue considerada una deidad suprema. Gracias a sus ciclos el hombre pudo calcular el tiempo, programar viajes y cosechas, crear el calendario y explicar el vaivén de las mareas. La luna, sin embargo, este elemento tan recurrente en la poesía y que aparece descrita en los primeros textos de este libro, no es según mi personal apreciación el elemento a quien la voz poética ensalza, sino a lo que su simbolismo representa.
¿A quién entonces canta el poeta? La pregunta a su vez da a luz a una nueva interrogante. ¿Cuándo y por qué se canta? El título del libro no es fortuito. En el ser humano, el acto de cantar es una actividad particularmente especial, pues agrega melodía al habla o lo que es más preciso integra música y lenguaje. ¿En qué circunstancias la palabra deja de ser suficiente y es convertida en canto? No resulta fácil precisar el origen del canto en la humanidad, pero entre las contadas certezas tenemos a aquella que dota al canto de un fuerte contenido emocional, que además de ser inmediato está ligado a una función ritual. El ser humano canta para agradar a sus dioses, para llamar a la lluvia y agradecer por el tiempo. Se canta a quien se venera y ama. El canto es pues alabanza y homenaje. Su función mágico-religiosa es innegable y su motivo, sagrado.
Volvamos a la primera pregunta. ¿A quién canta el poeta? El epígrafe con el que inicia el libro es revelador y parece iluminarnos. En los versos de Rodrigo Machado, uno de los seudónimos usados por el poeta Javier Heraud, se pone de manifiesto el verdadero motivo de su fervor.
Cito:
Y la poesía es
un relámpago maravilloso,
una lluvia de palabras silenciosas,
un bosque de latidos y esperanzas,
el canto de los pueblos oprimidos,
el nuevo canto de los pueblos liberados.
En la mayoría de poemas que conforman el capítulo UNO de este poemario, se habla de una luna que encaja en el imaginario colectivo, ese disco plateado que desde el inicio de los tiempos ha acompañado y asombrado a los hombres. La luna es himno de los lobos/ húmeda voz de los amantes y muchachos bohemios como reza el poema I y es fuente de inspiración, como cuando en el poema IV, la voz poética pide que lo dejen escuchar sentado desnudo en la orilla/ la canción antigua de mis hermanos/ que (…) repetían sin función alguna, tu nombre/ y los nombres de tu ciclo espiral. Y en el poema V: la canción de la Luna/ es la de los iluminados/ de los desesperados/ los sin familia, es decir la luna como ese astro a quien el hombre recurre cuando mira al cielo en un intento de encontrar respuestas o consuelo a sus sufrimientos. Así mismo, la luna aparece también identificada con el ser amado, en una especie de animismo por medio del cual, es dotada tanto de dos nalgas duras y perfectas como de una larga cabellera de estrellas.
El capítulo DOS, compuesto por tres poemas, es un vuelo reflexivo y nostálgico en los que se aborda la soledad de una manera muy peculiar y distinta cada vez. La gélida soledad causada por la ausencia del amor en el poema Ama ne ser, la soledad del alma de alguien que ha muerto y se halla de pronto desprendido de lo que era la vida en el poema Serenata de la muerte, poema además que por diversas razones -quizá por su temática- me trajo el recuerdo del poema Masa de Vallejo como el Cuento del sepulturero de Lastenia Larriva; así como también la soledad provocada por la indiferencia de un ser postrado y enfermo en el poema Círculo.
Finalmente, en el capítulo TRES, toma cuerpo un homenaje a la poesía peruana que, si bien ya había iniciado en el capítulo primero con poemas a Martín Adán y a César Vallejo, coge aquí una particular fuerza por la estructura como se encuentran escritos. En el poema Oración por Abraham Valdelomar, la retórica bíblica, que usa como armazón fragmentos de oraciones y canciones del evangelio católico, por una construcción cultural, otorga solemnidad al poema y además condiciona la lectura del texto siguiente, titulado C. Vallejo que estás en los CC. que, a fuerza de continuar la musicalidad del primero, se lee también como una oración.
Mención aparte merecen las diversas alusiones que en estos poemas (o quizá deba decir cantos) se hacen a diversas entidades referenciales que construyen un universo poético en el que los poetas homenajeados orbitan. Por ejemplo, en el poema a Valdelomar, cito: amado hermano, tú que quitas el pecado del mundo/ que estás sentado a la diestra y siniestra/ del padre y el Amauta en una clara referencia a Vallejo y a JC Mariátegui. En el mismo poema, más adelante se menciona tú que hablas bis a bis/ con César Abraham y con José María, nuevamente alusiones a Vallejo y quizá, José María Eguren, figura importante y determinante para el inicio de la poesía moderna en el Perú. Las referencias no se limitan a personajes sino a lugares que por su valor simbólico se resignifican como espacios sagrados para la tradición literaria. Cito: sabes bien estando arriba/ como estás/ que en Palacios se Conciertan/ traficantes de culebra una clara alusión al Palais Concert del Jirón de la Unión que fue otrora punto de reunión del Grupo Colónida del que Valdelomar fue parte y que hoy ha sido irónicamente reducido a local de un emporio comercial.
Por lo anteriormente mencionado, surge pues la impresión de que en este nuevo poemario que César Ángeles nos regala, es la luna un vehículo poderoso por medio del cual se reverencia a la poesía desde lo universal: vida, muerte, amor, soledad, enfermedad; hasta lo particular y local en la figura de los astros-poetas más representativos de nuestra tradición, cuerpos celestes que nos han llevado alguna vez a dirigir la mirada hacia el cielo.
Cantar a la luna es pues cantar a la poesía misma.
Úrsula Alvarado Noblecilla
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