
Las efemérides son hermosas oportunidades para volver a nuestra biblioteca y escudriñar entre los libros buscando esas líneas con las cuales podemos abrir un hilo, alimentar un debate y/o seguir reflexionando sobre algún tema. A propósito del tan celebrado 14 de febrero, propusimos a un buen número de lectores de poesía un reto algo cruel para cumplir en tan solo 2 días: elegir sus cinco poemas de amor favoritos escritos por autores peruanos. A pesar de la premura del tiempo, 43 participantes nos enviaron sus elecciones y a continuación compartimos el resultado de este pequeño experimento con el afán de seguir difundiendo poesía y por supuesto, motivar el hábito de la lectura.
De los 138 poemas que recibimos, los más votados fueron los siguientes:
1° puesto: Exacta dimensión de Juan Gonzalo Rose (11 votos)
2° puesto: Datzibao de Enrique Verástegui (10 votos)
3° puesto (empate): Nocturno de Vermont de César Calvo & Tercer movimiento (Affettuosso) de Antonio Cisneros (7 votos)
4° puesto (empate): Albergo del sole II de Jorge Eduardo Eielson, Antonio es Dios de César Moro y El poeta a su amada de César Vallejo (5 votos)
5° puesto (empate): Carta III a Antonio de César Moro, Las altas distancias de Rossella Di Paolo, Madre de Carlos Oquendo de Amat, Marisel de Juan Gonzalo Rose, Poema de Carlos Germán Belli y Twilight de Francisco Bendezú (4 votos)
A continuación, dejamos los poemas para que puedan disfrutarlos:
EXACTA DIMENSIÓN, Juan Gonzalo Rose
Me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas…
y más precisamente:
me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas
cuando llega el verano…
y más precisamente:
me gustas porque tienes el color de los patios
de las casas tranquilas en las tardes de enero
cuando llega el verano…
y más precisamente:
me gustas porque te amo.
DATZIBAO, Enrique Verástegui
De pronto perdí todo contacto contigo.
Ya no pude llegar al teléfono, recordar ese número y llegar a tu casa que no conocí.
Ya no pude volar sobre ti como todos los días a las tres de la tarde estas pobres alas no dieron más
y aquí me tienes ideando estas líneas que reflejan mis ojos cansados de ir caminando con la mente y las manos repletas de yerba.
Yo fui el primer sorprendido.
La extrañeza de ser dos aves hurgándose el pecho y corriendo uno detrás del otro entre las matas y bancas del parque.
y éramos arrojados fuera de nosotros mismos y por esto fue que conocí tu ciudad
y me apreté contra ti buscando desesperadamente encontrarme en tus ojos y amé todas tus cosas
y tu mirada angustiada y esa seriedad para responderme a ciertas preguntas y cuestiones que nos diferenciaron para siempre de las personas nacidas antes de 1950
tu maravilloso instinto agresivo desarrollado contra los males del tiempo y portándote como en la más furiosa embestida
en la batalla por un lugar en el taxi que nos alejó miles de cuadras más cerca de la pasión de la vida
hoy miércoles y no otro día.
Porque ya es hora de ir poniendo las cosas en claro y más que nada empezar a ser uno mismo
un solo obstinado bloque de rabia.
tú por todo lo que para mí reflejabas lo más claro eres mi sopor antes de echarte a gritar por estos sitios malditos
aún después de haber transformado esa palabrita bestialmente lúcida en una flor obsesiva
que yo no quiero acariciar ni comprender el suicidio mi amiga es una espera maldita.
como puede ser aguantarnos un par de horas más en el parque en medio de un viento furioso que pugna por arrancar de raíz lo más nuestro de nosotros
y tú junto a mí convertida en mi aliento escuchándote aprendiendo de ti a la Molina no voy más esa canción negra arde en mi pecho, me aplasta, levanta, avienta a decir no contra todo.
Cada uno recuerda su primera caída.
Cada uno recuerda paso por paso los pasos que fue dando y los que no dio porque en uno mismo está el propio enemigo.
Y yo me levanto para luchar contra mí - y me tengo miedo.
Lo perfecto consiste en desabotonarnos el torso mientras vamos salvajemente penetrando en esta selva de arenas movedizas
y tu vida o mi vida no ruedan como esas naranjas plásticas que eludimos porque tú y yo somos carne
y nada más que un fuego incendiando este verano.
La vida se abre como un sexo caliente bajo el roce de dedos reventando millares de hojas tiernas y húmedas,
y no dijimos nada pero exigíamos a gritos destruir la ciudad, esta ciudad ese monstruo sombrío escapado de la mitología
devorador de sueños.
Y el musgo creció como un verso clarísimo en tus ojos.
tú querías leer mis poemas aferrarte a ese instante de dulzura donde jamás hubo límites entre uno y otro ser
y fuiste sólo una muchacha que pasó por mis ojos silenciosamente pegada a mí a mi secreta manera de enredarme en las cosas de explicar un mundo indeciso sembrado con piedras
yo que creí que nada era nada en cualquier lugar de este mundo
y de pronto me di con tus sueños como con un golpe de mar sobre el rostro
y luego adiós porque todo y nada puede explicarse en el amor y porque todo y nada se explica en nosotros y con nosotros.
NOCTURNO DE VERMONT, César Calvo
Me han contado que también allá las noches
tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra.
¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas,
el silencio es un viento de jazz sobre la hierba?
¿Y es cierto que allá en Vermont los geranios
inclinan al crepúsculo,
y en tu voz, a la hora de mi nombre,
en tu voz, las tristezas?
O tal vez, desde Vermont enjoyado de otoño,
besada tarde a tarde por un idioma pálido
sumerges en olvido la cabeza.
Porque en barcos de nieve, diariamente,
tus cartas
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene
con su frente lejana
las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente
te busco entre la niebla.
Ni el galope del mar: atrás quedaron
inmóviles sus cascos de diamante en la arena.
Pero un viento más bello
amanece en mi cuarto,
un viento más cargado de naufragios que el mar.
(Qué luna inalcanzable
desmadejan tus manos
en tanto el tiempo intemporal golpeando
como una puerta de silencio suena).
Desde el viento te escribo.
Y es cual si navegaran mis palabras
en los frascos de nácar que los sobrevivientes
encargan el vaivén de las sirenas.
A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bajar por la ladera
(un silencio de jazz sobre la hierba).
Y pregunto y pregunto:
¿Es cierto que allá en Vermont
las noches tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra?
¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
otoñan las tristezas?
¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
y en este mar, ausencia...?
TERCER MOVIMIENTO (AFFETTUOSSO), Antonio Cisneros
Para hacer el amor
debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha
tampoco es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra
para hacer el amor.
Los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos
pero la arena gruesa es mejor todavía.
Ni junto a las colinas porque el suelo es rocoso ni cerca
de las aguas.
Poco reino es la cama para este buen amor.
Limpios los cuerpos han de ser como una gran pradera:
que ningún valle o monte quede oculto y los amantes
podrán holgarse en todos sus caminos.
La oscuridad no guarda el buen amor.
El cielo debe ser azul y amable, limpio y redondo como un techo
y entonces
la muchacha no vera el Dedo de Dios.
Los cuerpos discretos pero nunca en reposo,
los pulmones abiertos,
las frases cortas.
Es difícil hacer el amor pero se aprende.
ALBERGO DEL SOLE II, Jorge Eduardo Eielson
Un día tú un día
abrirás esa puerta y me verás dormido
con una chispa azul en el perfil
y verás también mi corazón
y mi camisa de alas blancas
pidiendo auxilio en el balcón
y verás además
verás un catre de hierro
junto a una silla de paja
y a una mesa de madera
pero sobre todo
verás un trapo inmundo
en lugar de mi alegría
comprenderás entonces
cuánto te amaba
y por qué durante siglos
miraba sólo esa puerta y dibujaba
dibujaba y miraba esa puerta
y dibujaba nuevamente
con gran cuidado
comprenderás además
por qué todas las noches
sobre mi piel cansada
entre mil signos de oro
y tatuajes y arrugas majestuosas
me hacía llorar sobre todo
una cicatriz que decía
yo te adoro yo te adoro yo te adoro
ANTONIO, César Moro
ANTONIO es Dios
ANTONIO es el Sol
ANTONIO puede destruir el mundo en un instante
ANTONIO hace caer la lluvia
ANTONIO puede hacer oscuro el día o luminosa la noche
ANTONIO es el origen de la Vía Láctea
ANTONIO tiene pies de constelaciones
ANTONIO tiene aliento de estrella fugaz y de noche
oscura
ANTONIO es el nombre genérico de los cuerpos celestes
ANTONIO es una planta carnívora con ojos de diamante
ANTONIO puede crear continentes si escupe sobre el mar
ANTONIO hace dormir el mundo cuando cierra los ojos
ANTONIO es una montaña transparente
ANTONIO es la caída de las hojas y el nacimiento del
día
ANTONIO es el nombre escrito con letras de fuego sobre
todos los planetas
ANTONIO es el Diluvio
ANTONIO es la época Megalítica del Mundo
ANTONIO es el fuego interno de la Tierra
ANTONIO es el corazón del mineral desconocido
ANTONIO fecunda las estrellas
ANTONIO es el Faraón el Emperador el Inca
ANTONIO nace de la Noche
ANTONIO es venerado por los astros
ANTONIO es más bello que los colosos de Memmón en
Tebas
ANTONIO es siete veces más grande que el Coloso de
Rodas
ANTONIO ocupa toda la historia del mundo
ANTONIO sobrepasa en majestad el espectáculo grandioso
del mar enfurecido
ANTONIO es toda la Dinastía de los Ptolomeos
México crece alrededor de ANTONIO
EL POETA A SU AMADA, César Vallejo
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.
En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.
Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.
Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
CARTA III, César Moro
Te quiero con tu gran crueldad, porque apareces en medio
de mi sueño y me levantas y como un dios, como un autentico dios,
como el único y verdadero, con la injusticia de los dioses, todo negro dios nocturno, todo de obsidiana con tu cabeza de diamante, como un potro salvaje, con tus manos salvajes y tus pies de oro que sostienen tu cuerpo negro, me arrastras y me arrojas al mar de las torturas y de las suposiciones.
Nada existe fuera de ti, sólo el silencio y el espacio. Pero tu eres
el espacio y la noche, el aire y el agua que bebo, el silencioso veneno y el volcán en cuyo abismo caí hace tiempo, hace siglos, desde antes de nacer, para que de los cabellos me arrastres hasta mi muerte.
Inútilmente me debato, inútilmente pregunto. Los dioses son mudos;
como un muro que se aleja, así respondes a mis preguntas, a la sed
quemante de mi vida.
¿Para qué resistir a tu poder? Para qué luchar con tu fuerza de
rayo, contra tus brazos de torrente; si así ha de ser, si eres el punto,
el polo que imanta mi vida.
Tu historia es la historia del hombre. El gran drama en que mi existencia es el zarzal ardiendo, el objeto de tu venganza cósmica, de tu rencor de acero.
Todo sexo y todo fuego, así eres. Todo hielo y todo sombra, así eres:
hermoso demonio de la noche, tigre implacable de testículos de estrella,
gran tigre negro de semen inagotable de nubes inundando el mundo.
Guárdame junto a ti, cerca de tu ombligo en que principia el aire;
cerca de tus axilas donde se acaba el aire. Cerca de tus pies y cerca de
tu manos. Guárdame junto a ti.
Seré tu sombra y el agua de tu sed, con ojos; en tu sueño seré aquel
punto luminoso que se agranda y lo convierte todo en lumbre; en tu
lecho al dormir oirás como un murmullo y un calor a tus pies se anudará
e irá subiendo y lentamente se apoderará de tus miembros y un gran descanso tomará tu cuerpo y al extender tu mano sentirás un cuerpo extraño, helado: seré yo. Me llevas en tu sangre y en tu aliento, nada podrá borrarme.
Es inútil tu fuerza para ahuyentarme, tu rabia es menos fuerte
que mi amor; ya tú y yo unidos para siempre, a pesar tuyo, vamos juntos.
En el placer que tomas lejos de mi hay un sollozo y tu nombre.
Frente a tus ojos el fuego inextinguible.
LAS ALTAS DISTANCIAS, Rossella Di Paolo
Si yo escribo tu nombre en la arena
y tú escribes mi nombre en la arena
pero en otra playa
es que hemos descuidado las cosas
hemos dejado crecer el mar como hierba mala
y habrá que arrancarlo con cuidado
hasta allanar la arena de esa playa
donde puedas escribir mi nombre y rozar el dedo
que está escribiendo el tuyo despacito.
MADRE, Carlos Oquendo de Amat
Tu nombre viene lento como las músicas humildes
y de tus manos vuelan palomas blancas
Mi recuerdo te viste siempre de blanco
como un recreo de niños que los hombres miran desde aquí distante
Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura
A tu lado el cariño se abre como una flor cuando pienso
Entre ti y el horizonte
mi palabra está primitiva como la lluvia o como los himnos
porque ante ti callan las rosas y la canción
MARISEL, Juan Gonzalo Rose
Yo recuerdo que tú eras
como la primavera trizada de las rosas,
o como las palabras que los niños musitan
sonriendo en sus sueños.
Yo recuerdo que tú eras
como el agua que beben silenciosos los ciegos,
o como la saliva de las aves
cuando el amor las tumba de gozo en los aleros.
En la última arena de la tarde tendías
agobiado de gracia tu cuerpo de gacela
y la noche arribaba a tu pecho desnudo
como aborda la luna los navíos de vela.
Y ahora, Marisel, la vida pasa
Sin que ningún instante nos traiga la alegría…
Ha debido morirse con nosotros el tiempo,
O has debido quererme como yo te quería.
POEMA, Carlos Germán Belli
Nuestro amor no está en nuestros respectivos
y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca, ni en las manos:
todo nuestro amor guárdase con pálpito
bajo la sangre pura de los ojos.
Mi amor, tu amor esperan que la muerte
se robe los huesos, el diente y la uña,
esperan que en el valle solamente
tus ojos y mis ojos queden juntos,
mirándose ya fuera de sus órbitas,
más bien como dos astros, como uno.
TWILIGHT, Francisco Bendezú
Yo soy el granizo
que entra aullando
por tu pecho desquiciado.
Soy tu boca.
Yo atesoré a ras del sueño,
debajo de las horas,
el latido de tus pasos por el polvo de Santiago,
y tu densa fragancia de magnolia,
y tu lenta cabellera
con perfil de éxtasis o algas,
y el ardor fulmíneo de tus ojos, que de noche,
como naves sobre el mar,
la bruma iluminaban.
Como guijarros de playa,
o nostálgicos boletos entre cintas y violetas olvidados,
enterré en mi corazón la línea de tu frente,
la piedra gastada de tus codos, tus sílabas nocturnas,
el fulgor de tus uñas, tus sonrisas,
la loca luz de tus sienes.
¿No sientes trasminar mi dolor a travéz de tu cuchara?
Mi memoria quedó tal vez en ti
como las ediciones vespertinas
en las bancas de los parques desahuciadas.
Tu sombra es mi tintero.
Juventud.
¡Juventud mía!
¿Qué tumbos socavaron
la torre más alta de mi vida?
¡No habrá nunca
hilo más puro
que tu larga mirada
desde lo alto de las escaleras,
ni lampo de cometa comparable
a la curva nevada de tus dientes!
Cantaba la mañana
en las pálidas cortinas y la hierba.
El tiempo cintilaba en tus vidrieras
como sólo una vez el tiempo parpadea.
Ya no estás entre las flores. Ni volverás
jamás a estarlo. ¿Qué tu amor sino labios
que escrituras en el viento fueron?
¡Yo quiero que me digan
si el amor, como los pájaros,
se va a morir al cielo!
Me acuerdo de una noche de trenzas y peldaños,
y óxido, y collares,
me acuerdo, como ayer, de lo futuro.
¡Quiero acuñar, como el otoño,
medallas en las calles,
o beberme llorando tu ausencia en los teléfonos,
o correr, correr a ciegas por
los tejados de todas las ciudades
hasta perderme para siempre o encontrarte!
¡Otra vuelta estar contigo!
Oh día de verano
extraviado en alta mar
como una mariposa!
Contra el flujo incoercible de los años
los días, uno a uno,
absurdamente buscan tu lámpara en las sombras,
no la penumbra, no el espejo de la muerte,
sino el cristal de la esperanza:
tu ventana que sólo está en la Tierra.
¡Aspersiones de ceniza para tu boca cerrada!
Otra vez tengo veinte años, y sonámbulo, y en llanto
a la puerta de tu casa estoy llamando,
al pie de tu reja, como antaño,
bajo la lluvia sin telón ni máscaras ni agua.
¡Oh zumbantes calendarios
que en vano el cierzo,
como a encinas,
deshojara!
¡No me digas que te quise! Te quiero.
Te debía este lamento, y aunque un grito
mi sangre apenas sea,
también te lo debía: un solo interminable
de un corazón en las tinieblas.
Sin embargo, también queremos compartir el resultado de los poetas más votados, que son los siguientes: César Vallejo (18 votos), Juan Gonzalo Rose (17), Jorge Eduardo Eielson (16), César Moro (15), Blanca Varela (15), Enrique Verástegui (11) y César Calvo (11).
Agradecemos especialmente a los 43 lectores de poesía que accedieron a realizar este ejercicio y compartieron con nosotros sus poemas preferidos: Becky Urbina, Carlos Chong, Carlos Rivera, Cayre Alfaro, César Ángeles, Dagoberto Benites, Daniel Mosquera, David de Soto, David Jiménez, Emilio Paz, Enrique Sánchez Hernani, Franco Salcedo, Frank Turlis, Gabriel Gargurevich, Guillermo Saravia, Harold Wilson, Helmut Jerí, Igor Poma, Jamiro Zender, Javier Ramos Cucho, Jesucita Carpio, John Martínez, Juan Carlos Fangacio, Juan Cristóbal, Juan de la Fuente Umetsu, Julio Ysla, Katherine Rengifo, Leda Quintana, Luis Boceli, Luis Eduardo García, Luis José Flores, Mario Sebastiani, Max Vega, Martín Vargas Canchanya, Noraya Ccoyure, Pablo Salazar Calderón, Roger Santivañez, Sadith Vela, Sandra Lucía Avenzú, Santiago Risso, Úrsula Alvarado, Wilver Moreno Tineo y Yoshiro Chávez.
Finalmente les dejamos la lista completa de poemas, incluídos los bonus tracks enviados por algunos participantes:
Exacta dimensión de Juan Gonzalo Rose (11 votos)
Datzibao de Enrique Verástegui (10 votos)
Nocturno de Vermont de César Calvo (7 votos)
Tercer movimiento (Affettuosso) de Antonio Cisneros (7 votos)
Albergo del sole II de Jorge Eduardo Eielson (5 votos)
Antonio es Dios de César Moro (5 votos)
El poeta a su amada de César Vallejo (5 votos)
Carta III a Antonio de César Moro (4 votos)
Las altas distancias de Rossella Di Paolo (4 votos)
Madre de Carlos Oquendo de Amat (4 votos)
Marisel de Juan Gonzalo Rose (4 votos)
Nuestro amor no esta… de Carlos Germán Belli (4 votos)
Twilight de Francisco Bendezú (4 votos)
Acuérdate de mí de Carlos Augusto Salaverry (3 votos)
Amor prohibido de César Vallejo (3 votos)
Bodas de Blanca Varela (3 votos)
Campidoglio de Jorge Eduardo Eielson (3 votos)
Casa de cuervos de Blanca Varela (3 votos)
La vida que me diste de José Carlos Mariátegui (3 votos)
Monsieur Monod no sabe cantar de Blanca Varela (3 votos)
A Silvia de Mariano Melgar (2 votos)
Al amor de Manuel González Prada (2 votos)
Ceremonia solitaria en compañía de tu cuerpo de Jorge Eduardo Eielson (2 votos)
Cuerpo enamorado de Jorge Eduardo Eielson (2 votos)
El paraíso perdido de Winston Orrillo (2 votos)
Idilio muerto de César Vallejo (2 votos)
La conquista del trigo de Rosa Del Carpio (2 votos)
La ranita de José Watanabe (2 votos)
Poema al estilo de una canción de Bob Dylan de Enriqueta Beleván (2 votos)
Poema de Carlos Oquendo de Amat (2 votos)
Poema IX (Trilce) de César Vallejo (2 votos)
Tres cantos de amor de Luis Hernández (2 votos)
Tu amor en mis bolsillos de Winston Orrillo (2 votos)
Vienes en la noche con el humo fabuloso de tu cabellera... de César Moro (2 votos)
0 (De nuevo tus ojos...), en : Cinema de los sentidos puros, Enrique Peña Barrenechea (1 voto)
Aldeanita de Carlos Oquendo de Amat (1 voto)
Aludeo de Luis Boceli (1 voto)
Amor de César Vallejo (1 voto)
Amor de Miguel Sanz (1 voto)
Amor eterno de Emilio Adolfo Westphalen (1 voto)
Arcos de Magda Portal (1 voto)
Ausencias y Retardos de César Calvo (1 voto)
Ayer y hoy de José Luis Poma Cerna (1 voto)
Bordas de hielo de César Vallejo (1 voto)
Cadena de luz de Juan Gonzalo Rose (1 voto)
Cantar de gesta de José Luis Poma Cerna (1 voto)
Carta a Violeta de Gustavo Valcárcel (1 voto)
Carta IV a Antonio de César Moro (1 voto)
Celeste juguetea con una rosa en los predios del mismísimo Averno de Raúl Solis (1 voto)
Ceremonia solitaria bajo la luz de la luna Jorge Eduardo Eielson (1 voto)
CH de Javier Heraud (1 voto)
Chanson d' amour de Luis Hernández (1 voto)
Círculo de Juan Gonzalo Rose (1 voto)
Como si estuviera debajo de un árbol de José Watanabe (1 voto)
Compañera de Carlos Oquendo de Amat (1 voto)
Con estas manos de César Calvo (1 voto)
Contemplación de los apetitos de Enrique Sánchez Hernani (1 voto)
Contra Natura de Rodolfo Hinostroza (1 voto)
Cuál es la risa leve cubierta de espuma de Emilio Adolfo Westphalen (1 voto)
Dame tu tacho de basura… de Blanca Varela (1 voto)
De ti me separa un planeta de José Antonio Mazzoti (1 voto)
Desolación de José Luis Poma Cerna (1 voto)
Doble diamante de Jorge Eduardo Eielson (1 voto)
El amor es como la música de Blanca Varela (1 voto)
El amor y los cuerpos de Javier Sologuren (1 voto)
El duque nuez de José María Eguren (1 voto)
El fuego y la poesía de César Moro (1 voto)
El mito que ya no de José Watanabe (1 voto)
El poema “a” de “Fruta partida”, del libro “Las falsas actitudes del agua”, de Andrea Cabel (1 voto)
El trasnochado de José Watanabe (1 voto)
El unico amor posible entre un poeta y una estudiante de academia de Juan Ramirez Ruiz (1 voto)
En la mitad del camino recorrido de María Emilia Cornejo (1 voto)
Equino de Mariela Dreyfus (1 voto)
Escrito para una amiga de Martín Adán (1 voto)
Estatura de José Luis Poma Cerna (1 voto)
He dejado descansar tristemente mi cabeza de Emilio Adolfo Westphalen (1 voto)
Historia de Blanca Varela (1 voto)
Honegger disuade a Beckmann de Gonzalo Portals (1 voto)
Horas de amor de Felipe Pinglo Alva (1 voto)
Hoy das al mar de Luchito Hernández (1 voto)
La barca luminosa de José María Eguren (1 voto)
La casa vacía de Manuel Scorza (1 voto)
La dama I de José María Eguren (1 voto)
La sonrisa de Leonardo es una rosa cansada… de Jorge Eduardo Eielson (1 voto)
Las letras de tu nombre de Giovanna Pollarolo (1 voto)
Lettre d´amour de César Moro (1 voto)
Lied V de José María Eguren (1 voto)
Llegábamos sin tocarnos de Enriqueta Beleván (1 voto)
Lo que quiero de Óscar Perlado (1 voto)
Loca del basural de Rossella Di Paolo (1 voto)
Los pasos lejanos de César Vallejo (1 voto)
Mandolinata de Leonidas Yerovi (1 voto)
Marcha triunfal de José Luis Poma Cerna (1 voto)
María Verdemar de Carlos Zúñiga Segura (1 voto)
Más allá de la muerte de Federico Barreto (1 voto)
Mi padre, un zapatero de Pablo Guevara (1 voto)
Monte de goce (todo el libro) de Enrique Verástegui (1 voto)
Noche de los Amantes de César Moro (1 voto)
Nueva carta a Carmen de Juan Cristóbal (1 voto)
Oración de Carmen Ollé (1 voto)
Palmas y guitarra de César Vallejo (1 voto)
Para celebrar nuestro aniversario de bodas de Eduardo Chirinos (1 voto)
Para Elsa, poco antes de partir de César Calvo (1 voto)
Perú en alto de Alejandro Romualdo (1 voto)
Pinball Queen de Bruno Mendizábal (1 voto)
Poema (Tal vez nada pueda compararse...) de Emilio Adolfo Westphalen (1 voto)
Poema III (Más allá de los últimos mástiles ardiendo…) de César Calvo (1 voto)
Poema LXV de César Vallejo (1 voto)
Poema verdad de Marita Troiano (1 voto)
Poesía en A mayor de Jorge Eduardo Eielson (1 voto)
Portrait de une femme de Mirko Lauer (1 voto)
Prelude de Luis Hernández (1 voto)
Primer baile de Blanca Varela (1 voto)
Qué pista habría sido mi pecho… de Bruno Póllack (1 voto)
Reloj de sombra de Javier Sologuren (1 voto)
Salmo de amor de Magda Portal (1 voto)
Serenata de Manuel Scorza (1 voto)
Si me quitaran totalmente todo de Alejandro Romualdo (1 voto)
Soneto de Amor Elemental de Carlos Saavedra (1 voto)
Soy la muchacha mala de la historia de María Emilia Cornejo (1 voto)
Te amo por esencia de Rosario Valdivia Paz Soldán (1 voto)
Te estoy perdiendo de Washington Delgado (1 voto)
Te he seguido de Emilio Adolfo Westphalen (1 voto)
Todo esto es mi país de Sebastián Salazar Bondy (1 voto)
Trilce XIII de César Vallejo (1 voto)
Tú no eres un ángel de Alejandro Romualdo (1 voto)
Una representación hermosa del amor de Emilio Adolfo Westphalen (1 voto)
Únete a mí de Magda Portal (1 voto)
Vals de Blanca Varela (1 voto)
Ve lo que has hecho de mí... de Blanca Varela (1 voto)
Ven, bésame de Magda Portal (1 voto)
Venus de Rocío Silva Santisteban (1 voto)
Viento del olvido de Manuel Scorza (1 voto)
Viniste a pasarte sobre una hoja de mi cuerpo de Emilio Adolfo Westphalen (1 voto)
Vorágine de José Luis Poma Cerna (1 voto)
Ya no debiera hablar de ti, pero… de Armando Arteaga (1 voto)
Yaravi I de Mariano Melgar (1 voto)
Yaraví IV de Mariano Melgar (1 voto)
¡Gracias por tu lectura!
Poesía en la ciudad
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