LA INFANCIA PUEDE SER UN POZO DE HERIDAS
a Enith, Elva y Carmen
Hay heridas que se reabren o siempre quedan abiertas. Hay heridas antiguas con pus. Hay heridas que duelen más cuando empiezan a sanar… Otras por fin se convierten en costras gracias a la sangre de drago que se derrama muchos años después de los cortes.
Hay golpes como ríos subterráneos coagulando tendones, hombros, rodillas, espaldas y que
siguen doliendo décadas después, golpes como del amor de Dios, como si la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma.
«Solo puede lushpirse el tocosh que te sanará si lo tomas con el corazón abierto», te susurra al oído tu abuela Rosalía en la infancia.
«Solo puede recibirse el agua, el alcohol, el llantén, la frotación con molle, si uno ve el golpe que dio o que recibió», te dice tu bisabuela Fili en sueños.
YO SOÑABA DE NIÑA COMPARTIR EL DÍA ENTERO CON MUCHAS HERMANAS
Yo soñaba de niña compartir el día entero con muchas hermanas, pero solo tenía hermanos que
rompían mis muñecas y me golpeaban. Yo también los herí mucho. Ellos no quieren recordarlo.
De adulta me enteré que tengo una hermana que se llama Cecilia y que de niña tuve una hermana que se llamó Magda Leonor. Yo era mayor que ella por más de dos años y no la recuerdo.
Descubrí una foto familiar en blanco y negro en la que todos están contentos, menos Magdita y yo… Mi mano coge el vestido materno. Mi madre carga a Magdita que mira a la casa de Huasta con tristeza y miedo. Nunca me habló mucho de mi hermana muerta. Tampoco pronunció el nombre de mi hermano mayor muerto antes que naciéramos nosotros.
«La memoria es cosa de mujeres», dicen mis hermanos mirando al vacío.
MARTÍN EN CHAYARA
a mi abuela yauyina Autbertha Chaupín García
y a su hijo Martín, mi padre
El corazón de mi madre es una caverna
Allí nos guarecemos del frío
Mis hermanos y yo
Pétreo y celeste es el útero
Desde donde escribo este poema.
Madre remueve la tierra
Siembra en mí guijarros oscuros
Me riega con sus sudores
Quita mis malezas
Barbecha con cuidado mis surcos.
Yo crezco entre los molles
Con las voces de cedrones y retamas
Dibujo y abro ventanas en la cueva
Excavo túneles.
Me pierdo en los laberintos de Chayara
Allí queda la chacra de mis padres
Una cuesta de piedras donde escucho
Batallas de cerros, risas de acequias.
Allí empecé a leer mi tierra
Los silencios de mi cueva
Los abismos y sus constelaciones.
PRIMERA CASA
Todas las casas son el inicio y el final y en todas soy el encierro, el polvo, el moho que se extiende junto al silencio entre sus muros abandonados para quedar como la fotografía de los que ahí vivieron.
CECILIA PODESTÁ
a mi primo yauyino Víctor Quintana Gago
Tenía casi diez años cuando te volví a ver en Yauyos, primo Víctor. Hay una foto en la carretera yauyina de mis hermanos, tú y yo. Tú eras mayor que nosotros. En ese tiempo yo no sabía hablar con palabras. Te hablaba con mi voz de adentro: «Tenemos el mismo color de piel», te dije cuando observé tus brazos marrones tan cerca a los míos. Tú respondías con monosílabos a las preguntas de mi papá. Nos sonreías. La luz del cerro Shashaco resplandecía fuerte en ti por instantes.
Sentí el temblor de tu cuerpo en mi cuerpo cuando mi padre nos llevó a mirar el abismo donde murió nuestro abuelo que se llamaba como tú.
(«La energía de los nombres propios que se repiten en las familias…» ―empieza Piedad― y me cuesta seguir escuchándola).
La energía de tu nombre, primo, fue la casa en la que quisieron vivir nuestras abuelas y tantas mujeres yauyinas engullidas por el mismo ararankaymanta. Tu nombre fue la casa en la que no vivieron las diecisiete hijas e hijos de nuestro abuelo con diferentes mujeres de Yauyos y de otros lares.
¿Tu nombre fue tu primera casa umbría?
¿Y tu nombre, prima?
TENER UNA CASA ES TENER ESCOMBROS DE LO QUE PARA OTROS FUE UNA CASA.
En los últimos años pude escucharte a ti, con tu cabeza mirando al suelo, contándome con tu voz de adentro… «Mi mamá murió el día que nací. Mi papá me dejó con mi abuelita, con mi mamita Adriana Casas Gómez. Me crié con mis primos en Yauyos, como hermanitos. Nuestro primo Wilder nunca pudo decirme Víctor, me decía Pacheco. Mis primos de Lima me decían Shashaco».
Cierro los ojos para volverte a ver. Te veo escapar de tu casa. Te veo nadando por el río Cañete…Te veo hacer tu servicio militar en plena época de terrorismo, llegar a Lima, perderte en El Porvenir. Te veo volver a Yauyos. Allí tu mamita Adriana quería curarte las heridas de todas las guerras en tu pecho. Pero te fuiste a cuidar el ganado de la familia de tu madrastra y no volviste. Yo soy hechura de mi madrastra, prima.
«Sí, Leda. Me mataron los murmullos. Aunque ya traía retrasado el miedo. Se me había venido juntando, hasta que ya no pude soportarlo. Y cuando me encontré con los murmullos se me reventaron las cuerdas».
Mi hijo, mi papá y yo trepamos una roca grande en Pico Loro y nos quedamos atrapados en un abismo. Tú nos fuiste a buscar con nuestro bisabuelo chino, Martín, nos tendiste tus manos y saltamos hasta estar en tierra firme, a salvo.
Volví a sentipensarte en mi ceremonia de enraizamiento en Pachacamac con Awicha, hace casi dos años. Sé que también cantabas con nuestras ancestras y ancestros en una de las ceremonias de ayahuasca con Uku.
Rema, rema, curandero, por los ríos de mis penas…
Canta, canta, curandero
Cura, cura ya mis penas
¿Es cierto que una enamorada rompió tu corazón cuando eras adolescente?
«Mi corazón nació roto porque mi madre murió al darme a luz», escribiste en tu carta de despedida.
La casa umbría dejó de pronunciar tu nombre.
Rema, rema, canoero, rompe, rompe las cadenas
Canta, canta primo curandero,
Cura, cura ya tus penas…
EN SUEÑOS VI QUE VIAJASTE POR LOS MARES DEL MUNDO DE ABAJO HASTA RETORNAR AL CORAZÓN DEL RÍO CAÑETE. ALLÍ TE REENCONTRASTE CON TU MADRE.
Que el Wilkamayu traiga las notas para que alegres tu corazón
Que el Apu Linli todas las tardes venga soplando su bendición
Que el Ch’eqta Qaqa venga trayendo al padre rayo que enseñará
Que Mamá Ñusta viene cuidando a mis hijitos en la oscuridad
Mi tía Conshe y la bisabuela María cubren con su manta de flores de Huantán a todos los huérfanos de la familia… Yo volví a la ceremonia para cantar con ellas y con todas las tías abuelas Chaupín…
Tu mamita Adriana, Charito, Wilder, mi papi, yo… muchos familiares queremos abrazarte, escucharte, primo.
Quizás tu padre y nuestro abuelo te siguen buscando
para pedirte perdón.
EN LUGAR DE UN PRÓLOGO
En este último verso del poema
sé que parto del hospital y voy a reemplazar al viento.
ROGER SANTIVAÑEZ
a mis hermanas de toda la vida
Acabas de llegar al hospital. Bajas a otro mundo. Madres, esposas, nietas, hermanas, sobrinas
haciendo cola para ver al hijo, al esposo, al abuelo, al hermano, al tío, como en el texto que se llama «En lugar de un prólogo» de Réquiem de Anna Ajmátova, ¿recuerdas?
Una guerra engendra otra. Una noche de ceremonia de ayahuasca en Chazuta, una ancestra se me apareció en sueños y me preguntó mientras volaba: ¿Puedes dar cuenta de esto? Yo trepaba unas sogas, rezabapadrenuestros y avemarías sintiendo mi piel desprenderse de mi piel, arrancar capas profundas de lo vegetal, animal, mineral y humano que era yo & el aire espeso de la selva de Chazuta.
Mi ancestra vaticinó que iba a volar, aunque primero tendría que vomitar.
Vomité mientras gritaba el nombre de mi exesposo, luego el de mi padre y finalmente el nombre de mi hijo.
Escribí en el aire: «No puedo más»
Mis hermanas me abrazaron, abracé a mi madre y me eché de nuevo a andar hasta la carretera
Central.
***
Este segundo año de pandemia, reemplazo a mi hermana Astrid en una clase de La Odisea para estudiantes de un colegio de San Juan de Lurigancho.
Si emprendes el viaje a Ítaca, escribe Kavafis.
«Si logras hospitalizar a un familiar enfermo en pandemia», replica el coro de mujeres en Emergencia del hospital… Las restricciones se han intensificado. Hay mujeres que hace dos meses no ven a sus familiares, algunas ni siquiera han logrado recibir los informes médicos.
Los tres días de visita a la semana todas las mujeres estamos atentas a la bolsa de la ropa sucia con el nombre de nuestros familiares, sacamos ropita por ropita, la olemos. Una de ellas se pelea con la enfermera que le estaba devolviendo ropa limpia en vez de ropa sucia. ¡No vengo de tan lejos para esto!, la mujer grita. Se quiebra. Nos quebramos todas con ella.
Podríamos mandar a un Glovo o a un Rappi a recoger del hospital la ropa sucia de nuestros seres queridos y entregar la ropa limpia, pero preferimos no hacerlo. Todas vamos con doble mascarilla, con la esperanza de verlos. Todas los abrazamos cuando respiramos la ropa sucia luego de ponerla en nuestras narices, bocas y pechos. Aspiramos el sudor, el humor, la energía de vida en las ropas de los seres amados hospitalizados. Es tan nítido esto ahora. También lo es el ritual andino de lavar la ropa del familiar muerto en la paccha.
Mi mamá me abraza, mis ancestras me hablan:
«Ya enterraste a tu padre, velaste a tu exesposo, entraste al reino de la muerte a traer de vuelta a tu hijo».
***
Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados, que naturalmente nunca había oído mi nombre, despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras y me susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja):
―¿Y usted puede describir esto?
Y yo dije, sostenida por mis ancestras:
―Puedo.
CONFESIÓN DE LA NIETA
a Elvira, Nena e Illari
Cuando leo poesía se desocultan las heridas, abuelita, y me voy con un fulgor que me repara, con una energía que no está hecha de palabras... aunque necesite de ellas.
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La casa umbría de Leda Quintana Rondón
Contraeditorial Astronómica (Chile), 2021
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Crédito de fotografía: Gustavo Pomar
Leda Quintana Rondón (Lima- Ancash). Educadora, poeta y mediadora de lectura. Tiene amplia experiencia en proyectos de lectura y de escritura en el ámbito escolar. Es coautora de varios materiales educativos. Ha participado en el Festival Internacional de Poesía Joven Jauría de Palabras (Santa Cruz-Bolivia, 2021); Caravana de la Poesía (2017 -2019); Chepén- Chepén (2016). Ha publicado los poemarios "La casa umbría" (Contraeditorial Astronómica, 2021) y Constelaciones (Madrepora, 2022).
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